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¿Qué cambiar?

Columna de Opinión

La realidad nos golpea cada tanto con nuevos desafíos para nuestra convivencia: la pandemia, la invasión rusa en Ucrania y su impacto global, la aparición de nuevas tecnologías, el cambio climático, las disrupciones sociales y muchas otras. No imaginamos, algunas décadas atrás, el mundo que hoy habitamos. ¿Lanzar una pequeña nave espacial para desviar la órbita de un satélite de un meteorito? Solo en las películas.

Ante este escenario de cambio, no debiéramos llamar “entorno” al mundo en el cual convivimos, como si fuera algo ajeno que está allá afuera, sino tener conciencia de nuestra presencia en él.

Dicho eso, frente a cambios globales de gran escala, solo nos queda adaptarnos a cada nueva realidad, pero ¿qué cambiar? Esta es una gran pregunta para las organizaciones humanas: familias, empresas y sociedades.

Un error es caer en maximalismos del tipo “cambiemos todo” o “volvamos a nuestros orígenes”. El profesor Humberto Maturana solía decir que antes de iniciar un proceso de cambio debemos establecer qué queremos conservar. Tampoco es una respuesta fácil.

En esta reflexión sobre qué conservar y qué cambiar es preciso distinguir entre identidad y comportamiento. La identidad es aquello que nos constituye, lo que nos da el sentido de ser nosotros; no es algo que podamos o queramos cambiar. Los comportamientos, en cambio, son acciones o conductas que pueden evolucionar cambiando las significaciones sobre nuestro actuar y el de los demás. Nuestras creencias sobre el mundo que habitamos también pueden y deben ser reformuladas, de modo de hacerlas más funcionales a los desafíos de convivencia que se nos van presentando.

¿Cuál es nuestra identidad? Todas las organizaciones humanas tenemos un sentido de ser nosotros (una identidad) que aflora desde las personas que las integran y que se puede explicitar. También hay formas de visibilizar el modo en que significamos nuestras conductas y las de otros, y las creencias que elaboramos a partir de nuestras experiencias que —no olvidemos— son guiadas por nuestras emociones.

¿Qué conservar? Nuestra identidad. ¿Qué cambiar? Los comportamientos disfuncionales a nuestros objetivos en el mundo en el cual convivimos desde esa identidad. Lograr distinguir el ser del hacer (“somos así” de “así hacemos las cosas”) es un paso importante. Pretender cambiar la identidad —en lugar de ajustar comportamientos disfuncionales a una convivencia común— es un error de proporciones. Uno que cometieron muchos exconvencionales: confundir los necesarios cambios en nuestra convivencia con un cambio de identidad cultural.

Daniel Fernández Koprich
Profesor Gestión del Cambio Cultural UDD

Fuente: El Mercurio