Por: Vicente Lorca, sub director Dirección de Innovación Ingeniería UDD.
En un reciente artículo que leí se plantea la pregunta ¿Cómo integrar la inteligencia artificial en la educación de manera responsable? A primera vista parece una inquietud válida. Sin embargo, si la miramos con cuidado, la pregunta encierra un síntoma más profundo. Desde mi punto de vista, estamos preguntando lo que resulta más cómodo de responder y no lo que realmente necesitamos pensar.
Llevamos décadas formulando preguntas sobre cómo integrar tecnologías, cómo adaptarnos a la globalización, cómo incorporar metodologías de moda. Son preguntas que presuponen que el cambio ya está dado, que la dirección está definida y que lo único que falta es ajustar el timón. La discusión pública termina reducida a un ejercicio de adaptación, a aprender a convivir con lo inevitable.
Lo que casi nunca preguntamos es lo esencial. En este caso no se trata de cómo integrar la inteligencia artificial, sino de qué entendemos por educación en un mundo en transformación. ¿Formamos sujetos críticos o solo usuarios competentes? ¿Queremos ciudadanos capaces de resistir y deliberar o individuos domesticados por plataformas que les dictan qué aprender, qué consumir y qué pensar?
Al no hacernos esas preguntas, desplazamos la conversación hacia lo instrumental. La IA, como antes lo fue el PowerPoint, la pizarra digital o el aprender inglés, aparece como una solución que solo necesita buenas prácticas. En esa ilusión de modernización olvidamos que la verdadera crisis es de sentido y no de herramientas.
Lo preocupante no es la pregunta en sí, sino lo que refleja. Existe una tendencia cultural a preguntar en la superficie, a preferir la técnica por sobre el propósito, la forma por sobre el fondo, la moda por sobre lo estructural. Así anestesiamos el debate social, evitamos el conflicto real y reforzamos un modelo educativo que sigue sin dar respuesta a las desigualdades más profundas.
La cuestión no es cómo integrar la inteligencia artificial de manera responsable. La cuestión es por qué seguimos preguntando lo que conviene a la tecnología y no lo que necesita la educación. Ese hábito de formular preguntas fáciles para evitar las difíciles es quizás la mayor trampa de nuestro tiempo.